El poder catártico de Micah P. Hinson
Vestido con una camisa de cuadros, un chaleco tejano con multitud de parches con marcas y frases, un pañuelo de la bandera americana, repeinado y con sus gigantescas gafas, apareció el cantante al escenario de la Sala Barts. Venía a presentar Micah P. Hinson and the Nothing.
Micah preparó un setlist muy pautado, basado en ir intercalando las canciones folk más tranquilas, él en el teclado, y los temas más country, el sonido por el que ha optado en su último trabajo. En algunos momentos, como con Same Old Shit, nos trasladábamos a un bar de carretera de la América más sureña, y los tímidos pies del público se atrevían a moverse al ritmo de bluegrass. Pero de repente volvíamos al Micah más folk, el Micah de los inicios, y su voz llenaba cada uno de los rincones de la sala. I Ain’t Movin’, Sons Of USSR o The Quill tienen esa función catártica que te remueve lo más profundo, pero te libera.
Si algo caracteriza a Michael Paul Hinson es su voz (¡y qué voz!) y también su excentricidad. Si él quiere abrir un zumo de naranja y bebérselo, lo hace, si quiere tener una libreta con las letras de sus canciones por su frágil memoria, la tiene, y si quiere silbar entre canción y canción, silba. Y es que el silencio entre tema y tema era largo, muy largo, hasta incómodo en algún momento. Silencio que se rompía en centésimas de segundo cuando las potentes guitarras sonaban en un estruendo folk.
La magnífica A Million Light Years no dejó indiferente a nadie y entre aplausos Micah P. Hinson se despedía. Unos aplausos que no paraban, la gente había disfrutado de un buen directo, pero quería más. Y volvió. Solo, con su guitarra y silbando. Momento de silencio en el que algunos aprovecharon para pedir alguna canción a gritos. El artista agradeció al público el haber ido al concierto, sabiendo que las circunstancias no eran fáciles (“y no sólo en este país”). “Os ha costado dinero, ¡fuck money!, pero gracias por compartir la experiencia”.
Había sido un concierto con las canciones de su último álbum, pero nos quedábamos con un sabor amargo si no escuchábamos aquellas canciones que nos descubrieron a esta rota y dulce voz. Sonaron unos acordes, y con sólo entonar la palabra “sweetness”, la gente aplaudió y acompañó a Hinson en Take Off that Dress For Me, de su anterior trabajo. Y con su cigarrillo electrónico, nos habló del tiempo que llevaba componiendo para introducirnos The Leading guy y Don’t leave me now, también de antiguos discos.
Su mujer apareció en el escenario, y le ayudó en los coros en una versión up-tempo de Beneath the Rose, canción muy esperada por el público asistente. Parecía el final del concierto pero la banda volvió. Volvió para cerrar con Good is God. Se despidieron sin apenas darnos cuenta y el concierto había llegado a su fin.
Tenemos la suerte de poder ver a Micah P. Hinson, como mínimo, una vez cada dos años. Y es un placer. Conocerás o no las canciones, pero sales del concierto con la sensación de haber entrado en su experiencia, en su mundo, en su duro pasado. Y esto, no suele ocurrir a menudo.